Esto nos enseñó bastante sobre cómo tratar con ellos. Uno tenía que adaptarse rápido, ya que no es lo mismo atender a un niño cuya madre lo ha llevado a consulta y quien está presente todo el tiempo, que intentar ganarte la confianza de un chico que te acaba de ver entrar por la puerta, para el que tienes una "pinta rara" y hablas con un acento muy fuerte. Afortunadamente, con un poco de complicidad y bromas, enseguida te ayudan y prácticamente se convierte en un "juego" para ellos.
La verdad es que "lo peor" nos esperaba a la salida, puesto que la gente se enteró de que había médicos y traían chabales de otros colegios a la salida, a esperarte, o te preguntaban por sus propias dolencias, alargando mucho el día. Da gusto poder ayudar, pero reconozco que a veces puede ser agotador. Si no eres cuidadoso, la situación puede descontrolarse en minutos. Aunque, la verdad, los niños hacían que mereciera la pena.
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